Era otra preciosa mañana en la
ciudad-isla De los Veintinueve Puertos. El gran canal que recorría la ciudad
formando una espiral cuyas aguas se internaba en el corazón de la urbe amanecía
engarzado de decenas de naves de toda clase y condición. Mientras las gentes de
bien comenzaban su nuevo día, las gentes que nos atañen descansaban del trabajo
que las más veces se les favorecía nocturno.
Despertó
en la taberna de Marea la señorita Hoja Amba, solo conocida como La Practicante
por los conciudadanos, solo conocidos por ella como los clientes potenciales.
Bajó las escaleras del piso en el que se encontraban las habitaciones despacio,
con su ritmo tranquilo y silencioso, justo en el momento en el que Gaona “El
Chepas” instruía al joven Juan Sosiegos en los siguientes términos:
-Bien
jugao muchacho, pero aun te queda mucho por aprender de mi.
El niño permanecía sentado
enfrente del viejo compartiendo una redonda mesita con él, con gesto
contrariado.
Al acercarse a la barra, sin
dejar de escuchar al maestro de ningún oficio más que el de mal vivir, La
Practicante habló dulcemente:
-Ponme un Despertares Mareita, hazme el favor.- La tabernera, mujer joven y robusta
en hechuras, levantó la vista del libro que la tenía atrapada, sentada tras la
barra. Se apartó con la mano su flequillo verde y le hizo un gesto con la
cabeza a Hoja. Ésta sonrió, entendió el gesto como un “Estoy a lo mio, ya sabes
donde están las bebidas”.Sin desarmar su rostro con su sonrisa mañanera Hoja
Amba entró tras la barra para servirse su Despertares, un orujo con café común
en la ciudad. El detalle de que Juanito permanecía sentado porque Gaona le
había invitado al desayuno le pareció a Hoja lo suficientemente divertido como
para prestar a la conversación toda su atención.
-Trabajar
solo tiene sus inconvenientes, chico. De medio virotazo que teches al mentón
tavían y na más las ratas se lo puen contar a la viuda. ¿Lo entiendes?
-¿Qué
viuda?- espetó el niño desafiante mientras se apresuraba a terminarse su sopa
de cebolla.
-Bueno,
tueres joven aun, pero lo que me refiero, a ver si mentiendes, es que aunque
has sio valiente en lucir acero ante mayores también hay que ser valiente
cuando a un compare se le firman los filos entre las carnes, que verle de
tripas al mundo pide de mucho coraje...
-¿Qué
compare?
Hoja Amba soltó una sincera
risotada.
-Lo
tienes ya convencido Chepas.
-¡Calla
matasanos!
La relación entre ambos se había
enfriado un poco desde que La Practicante se había cobrado por adelantado la
cura unas feas heridas de asta enana de Gaona mientras éste permanecía
inconsciente. Aquello le había apurado el presupuesto al anciano por lo que
ahora andaba intentando juntarse con unos y otros en busca de préstamos o de
trabajos fáciles.
El sonido del nudillo de Marea
golpeando una losa de cerámica colgada a su espalda interrumpió la conversación
mientras ella continuaba atenta a su libro. Pintado con buena caligrafía en la
losa se leía:
“Se ruega a vuesas mercedes se
humillen, acusen, maldigan y acuchillen con discreción, pierdan la vida si les
place pero no pierdan las formas”
Hoja concedió con un gesto de
cabeza. Terminó su desayuno, se ajusto las ropas y miró pensativa a Juanito.
Una sonrisa maliciosa se dibujó en su rostro, se acercó al muchacho. Se mojó el
dedo pulgar con saliva y empezó a frotarle la mejilla a Juanito con aire
guasón. El niño no comprendía lo que ocurría por lo que decidió actuar como se
espera de un hombre que no entiende del todo si lo están alabando u ofendiendo,
echando mano a la daga. Divertida y advirtiendo el gesto se volvió hacia Marea
y la interrumpió con un:
-Oye
Mareita, ¿acaso Juanito se enjuaga el rostro con la misma mugre que te lavas tu
el pelo? Porque ese verde que usáis aparece en muchos de mis pliegos sobre
plagas generadas por la inmundicia.
La
tensión de Juanito aumentó. Muy mal debo entender, pensó, para que eso no sea
ofensa digna de pago. Pero la risa de Marea le devolvió al estado de
estupefacción. Juanito siempre había confiado en la muchacha, quizá por una
razón tan absurda e intuitiva como que ella tenia el pelo verde, como el color
de su piel. Por esa confianza Juanito esperó a ver que hacía la tabernera.
-¿No
hablan tus pliegos de una mugre que tape esos cuernos de animal que llevas?
Ambas rieron. Marea cerró su
libro, se levantó del taburete en el que había permanecido hasta entonces y
continuó:
-No
hace falta que me atormentes Hojita, ya se que te había prometido un trabajito.
Debéis buscar en los túneles a un tal Azumbre, al que llaman el descreído. Era
un antiguo clérigo muy devoto de no se que religión, se cansó de ver como sus
superiores robaban tanto entre limosna y limosna, por eso le llaman el
descreído. Perdió algo la cabeza, cuentan que ahora se dedica a robar a los
pudientes con sumo sigilo y a arriesgar su pellejo entrando con el mismo sigilo
en casas de barrios humildes como el nuestro. Al parecer somete a un profundo
juicio el nivel de riquezas de la casa en la que entra y le deja la cantidad de
oro que considera justa. Estas aficiones le han costado más de un tajo por
parte de los que terminan tanto a falta como a sobra de bienes, pues el hombre
ni se presenta ni se le reconoce con facilidad según sus maneras gatunas.
Es por esos andares silentes que
me interesa. Dicen que anda en predicas con La Brillante Brigada bajo el
barrio. Decidle de mi parte que venga, si es tan amable, él me conoce.
-¿Debéis?,
¿Quienes?
-Había
pensado que solo te llevases a Pepe Mulo, de machaca, pero Gaona me ha hecho
reflexionar sobre la educación de Juanito. Llévate al muchacho al trabajo
para ahorrarle estas ilustres
lecciones...